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sábado, 23 de agosto de 2014

Respuestas de Jesús


Jesus_nazareth
Jesús hizo innúmeras cosas maravillosas, consideradas entonces milagros, entre las cuales curas, expulsión de Espíritus obsesores, multiplicar alimentos, caminar sobre las aguas y transformar agua en vino, siempre, sin embargo, con utilidad inmediata y nunca tan sólo para satisfacer la curiosidad de los que lo observaban.

Es verdad que tales hechos, llamados, por esa época, de señales (prueba de ligación con el poder supremo) hacían parte de su trayectoria, pero su superioridad se evidenciaba por el amor incondicional que dedicaba – y dedica – a la humanidad, bien como por su identificación con el Creador (“Yo y mi Padre somos uno” – Juan, 10: 30), expresa en su conocimiento y sumisión a la voluntad divina y en su alegría al realizarla (“Mi manjar es hacer la voluntad de aquel que me envió” – Juan, 4: 34).
Curas y comunicación con seres espirituales hacen parte de la crónica de todos los pueblos, pasando, con el desenvolvimiento de la ciencia, a ser objeto de observación y estudio, no tan amplios, es verdad, como los que ocurren en otras áreas del conocimiento. La Doctrina Espiritista, por las informaciones que contiene, permite explicarlas racionalmente, retirándoles la designación de hechos sobrenaturales, mostrando, también, que, por si mismos, no atestan la superioridad moral de los que se asocian, la cual se evidencia de otra forma. Es interesante recordar que cuando comenzó a crecer el movimiento en torno de Jesús y su mensaje, y Juan Bautista – que se declaraba el precursor encargado de anunciar la llegada del Mesías – envió sus discípulos para indagarle si era realmente el Cristo, él no dijo “Yo soy”, como cualquier impostor diría, ni les habló de prodigios o cosas maravillosas, y responde simplemente: “Id a decirle a Juan: los ciegos ven, los enfermos son curados, los sordos oyen, el Evangelio es anunciado a los pobres”. Era lo mismo que enunciar: reconózcanme por mis obras, como se reconoce al árbol por los frutos.
Es, igualmente, por medio del bien que el Espiritismo proporciona que prueba su misión providencial. Cura males físicos a través de la bioenergía y del agua fluidificada. Pero cura, sobre todo, males morales, libertando de la duda, la incomprensión, y el desespero a los que asimilan sus enseñanzas. Son estos los verdaderos prodigios que el realiza.
Desde la antigüedad, la mayoría de las personas va a los templos para rogar por la solución de sus problemas o pedir a Dios que ellos no surjan en sus vidas. La Doctrina Espiritista modifica esa forma de encarar la religión, pues muestra que los problemas son parte de nuestro proceso evolutivo, esclareciendo, también, que nunca estarán más allá de nuestras posibilidades y que podemos, siempre, pedir al Padre fuerzas y discernimiento para solucionarlos. Fenómenos, por más poco comunes, no bastan para cimentar convicciones sólidas. Y es por eso que la divulgación del Espiritismo se basa, principalmente, en el apelo a la razón, así como a los valores morales que él ofrece.
“El Génesis” (capítulo 15, items 26 a 28).

Conocimiento y conciencia


 Através de un análisis cuidadoso del comportamiento humano, Carl Gustav Jung constató que en todos los pueblos predomina la creencia en tres factores esenciales para la vida: Dios, la sobrevivencia del alma y la acción bienhechora para con el prójimo tanto como para uno mismo.

Aunque difieran en su denominación y formas de aceptación – como filosofía o como fe religiosa -, estos tres principios son fundamentales para preservar el grupo social y la felicidad individual.

Son los conceptos básicos que sirvieron de fundamento para la ética y el pensamiento filosófico, y abrieron perspectivas más amplias para la integración del ser en el grupo social.
Tales manifestaciones proceden originariamente del yo espiritual, que las trae desde la erraticidad, donde éste se encontraba antes de reencarnar.
Por tal razón, el concepto de arquetipo colectivo del propio Jung – que intenta explicar dicha creencia -, en lugar de haber surgido en el individuo para luego transmitirse a las generaciones siguientes, tiene su causalidad en el origen espiritual de la vida, que permanece en germen en el proceso de la evolución hasta el momento en que toma forma y expresión en la conciencia actual
.
Necesariamente, a través de los, tiempos los espiritus misioneros y por consiguiente más evolucionados, tomaron esos principios y los desarrollaron, presentándolos en sus diversas formas de creencia y de religión, mediante cultos compatibles con el nivel cultural de cada época, pueblo y raza.

A medida que aprenden su profundo significado, los hombres se liberan de las fórmulas innecesarias y asumen una posición ética de comportamiento con respecto a la Vida, a sí mismos y al prójimo. Estos conceptos permiten una plena integración de la criatura con su Creador, consigo misma y con los otros seres, sin cuya identificación la felicidad se le hace imposible.
Nadie es realmente feliz a solas.

El exilio voluntario, la soledad, constituye un método para la disciplina mental y moral.
No obstante, una vez realizado el curso de dominio de la voluntad, su aplicación cotidiana en el relacionamiento humano determinará su eficacia y los resultados de la experiencia.

Toda intención que no se pone a prueba es un adorno que no merece confianza.
Todo conocimiento que no se aplica es información que ignora su finalidad.

El ser humano es sociable, es portador del instinto gregario para crecer en relación con los demás dondequiera que se encuentre. Sin este contacto, sus valores resultan desconocidos y sus resistencias, por cierto, son débiles.

El conocimiento de la inmortalidad concientiza al ser para que ejerza un comportamiento ético elevado en relación con su prójimo, haciendo para con él todo aquello conforme al modelo que constituye su ideal y que, por su parte, le gustaría recibir de los demás.

En ese sentimiento de solidaridad se encuentra la meta desafiante que debe alcanzar en su proceso evolutivo y de autoiluminación.

Un esquema completo de proyectos para hacer realidad se presenta a partir del momento en que su existencia física adquiere sentido, significado y finalidad, proyectos que no se interrumpen con la muerte orgánica en su incesante fenómeno de transformaciones moleculares.

la visión de la inmortalidad permite ampliar los objetivos en relación con la vida, puesto que, una vez alcanzado cierto grado de valores y realizaciones, otro grado surge atrayente, favoreciendo la ejecución de nuevos esfuerzos que facultan el continuo crecimiento intelectual y moral del candidato decidido.

Cuestiones y circunstancias aflictivas, que se presentan como relevantes en el contexto social y responden por incontables conflictos generadores de infelicidad, ceden espacio a legítimas aspiraciones de plenitud, las cuales se colocan por encima de los problemas insignificantes, que pierden la importancia que se les atribuye porque no son más que frivolidades, desperdicio de tiempo y de emociones. Esto se debe a que la certeza de la Causalidad Divina y de su Justicia generan una real concientización de contenidos a favor del propio futuro, que se inicia ahora.

Por lo tanto, el conocimiento racional, lógico y emocional de Dios, de la sobrevivencia y de la función del amor al prójimo, concientiza al ser acerca de su humanidad y del destino glorioso que le espera en el futuro.

Allan Kardec, preocupado con la cuestión de la felicidad, indagó a los Nobles mentores cuál es la manera correcta de abordarla, y ellos le respondieron conforme consta en el libro de los Espíritus, parágrafo 909:
- ¿Cuál es le medio más eficaz que tiene el hombre para mejorarse en esta vida y resistir la atracción del mal?
- Un sabio de la antigüedad os los dijo:    Conócete a ti mismo
 

 http://www.buscandolasescalerasalcielo.blogspot.com

sábado, 16 de agosto de 2014

Aguas Sagradas

El maestro envió a sus dos discípulos más aventajados a la prueba final antes del acceso a la iluminación. Habían de recorrer juntos el continente sagrado de la India entre sus cuatro puntos cardinales y recoger en un recipiente consagrado que les dio, el agua de los cuatro ríos benditos cuyo fluir santifica a la tierra milenaria amada de los dioses. Se trataba del Ganges, en Indus, el Nármada y el Godavari. No importaba el tiempo invertido en la peregrinación, pero sí la pureza de las cuatro aguas reunidas en una. Cuidando por turno el recipiente sagrado, los dos fervientes discípulos partieron en el oportuno momento astrológico según las órdenes del maestro.

Todo fue bien, y las cuatro aguas litúrgicas danzaron juntas en el recipiente bien custodiado. Les faltaba ya un solo día para llegar de vuelta a los pies del maestro y a la meta de la iluminación cuando sucedió el accidente. El primer discípulo, que llevaba en aquel momento el atesorado recipiente, tropezó y se derramó toda el agua. El segundo discípulo no vio nada. El primer discípulo rápidamente llenó a escondidas el recipiente con agua de un pozo y continuaron su camino como si tal cosa. Nadie sabría nada.

El maestro los recibió con cariño y declaró: “Sólo uno de vosotros dos alcanzará la iluminación”. El primer discípulo pensó que sin duda sería el segundo, que era inocente, pero ante su sorpresa el maestro lo señaló a él y le dijo: “Tú has entendido que todas las cosas son igual de sagradas y tuya será la recompensa”. Y sus ojos se abrieron.

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De la obra “Ojos cerrados, ojos abiertos”, de Carlos G. Vallés. PPC Editorial y Distribuidora, S.A. 2ª Edición. Madrid, 1997.

miércoles, 6 de agosto de 2014

A los pies del Maestro



A LOS PIES DEL MAESTRO

J. KRISHNAMURTI
A LOS QUE LLAMAN

Conducidme desde lo ilusorio a lo Real.
Conducidme de las tinieblas a la Luz.
Conducidme de la Ignorancia a la Verdad
Conducidme de la muerte a la Inmortalidad.

PRÓLOGO
Estas palabras no son mías: son del Maestro que me enseñó. Sin Él no hubiera podido hacer nada, pero con Su ayuda he puesto los pies en el Sendero. Vosotros también deseáis penetrar en este Sendero; y así, las mismas palabras que Él me dijo, también os ayudarán si queréis obedecerlas. No basta decir que son verdaderas y bellas; quien desee lograr éxito debe hacer exactamente lo que se dice. Mirar la co­mida y decir que es buena no satisfará a un hambriento: tiene que alargar su mano y tomarla. Así pues, no basta con escuchar las palabras del Maestro: debéis practicar lo que Él dice, atendiendo a cada palabra aprovechando cada indicación. Si pasáis por alto una indica­ción, si omitís una palabra, ésta se pierde para siempre, porque Él no las repite. 

En este Sendero se requieren cuatro cualida­des:
                         DISCERNIMIENTO
                         CARENCIA DE DESEOS
                         BUENA CONDUCTA
                         AMOR

Trataré de explicaros lo que el Maestro me dijo acerca de cada una de ellas.

A LOS PIES DEL MAESTRO
                                                     I
La primera cualidad es el DISCERNIMIENTO. Se denomina así, generalmente, a la facultad de distinguir entre lo real y lo ilusorio, y la cual guía a los hombres para entrar en el Sendero. Pero también es mucho más que esto, y debe practicarse no tan sólo en los comienzos del Sendero, sino en cada una de sus etapas, diaria­mente, hasta el fin.
Vosotros entráis en el Sendero porque habéis aprendido que tan sólo en él pueden encontrar­se las cosas dignas de ser alcanzadas. Los que no saben esto trabajan para adquirir riqueza y poder, pero esto dura a lo más una vida tan sólo, y por lo tanto, no es real. Hay bienes ma­yores, reales y perdurables, cuando los hayáis alcanzado, ya no desearéis jamás aquellos otros.
En el mundo hay dos clases de seres: los sa­bios y los ignorantes. Esta sabiduría es la que nos interesa. La religión que un hombre profe­se, la raza a que pertenezca, importan poco; lo realmente importante es que los hombres co­nozcan el plan Divino. Porque el plan de Dios es la evolución. Una vez que el hombre realmente lo reconoce, no puede sino identificarse con sus designios y trabajar de acuerdo con él, porque es tan glorioso como bello. Así, conociéndolo, permanece al lado de Dios, firme para el bien y resistente contra el mal, trabajando para la evolución y no por egoísmo.
Si está al lado de Dios, está unido a nosotros, y no importa en lo más mínimo que se llame a si mismo hindú o buddhista, cristiano o mahometano, ni que sea indio o inglés, chino o ruso. Los que están al lado de Dios saben por qué están aquí y cuál es su misión, y procuran cumplirla; los demás no saben todavía lo que han de hacer, y así obran a menudo erróneamente e intentan trazarse vías que imaginan placenteras sin comprender que todos somos uno y que, por lo tanto, tan sólo lo que el Uno quiere puede ser verdaderamente agradable para todos. Ellos van en pos de lo irreal, en vez de lo real. Hasta que no aprendan a distinguir entre los dos, no se colocarán al lado de Dios, y para aprenderlo, el discernimiento es el primer paso.
Pero, aun después de efectuada la elección, debéis recordar que hay muchas variedades de lo real y lo irreal, y por lo tanto debemos dis­cernir también entre lo justo y lo injusto, lo esencial y lo accesorio, lo útil y lo inútil, lo verdadero y lo falso, lo egoísta y lo altruista.
Aquellos que, deseosos de seguir al Maestro, han resuelto servir a lo justo a toda costa, no hallan dificultad en la elección entre lo justo y lo injusto. Pero el cuerpo es distinto del hom­bre, y la voluntad del hombre no siempre coin­cide con el deseo del cuerpo. Cuando vuestro cuerpo desee algo, deteneos a pensar si vosotros realmente lo deseáis. Porque vosotros sois Dios, y queréis únicamente lo que Dios quiere; así, debéis buscar profundamente en vosotros mis­mos para hallar el Dios interno y escuchar Su voz, que es vuestra voz. No confundáis con vos­otros mismos ni vuestro cuerpo físico, ni vues­tro cuerpo astral, ni vuestro cuerpo mental, porque cada uno de ellos pretenderá ser el Yo, a fin de obtener lo que desea. Debéis conocerlos todos y reconoceros por su dueño.
Cuando se ha de hacer un trabajo, el cuerpo físico quiere descansar, pasear, comer y beber; y el ignorante se dice a sí mismo: "Yo quiero hacer estas cosas y debo hacerlas." Pero el sa­bio dice: "Lo que en mí desea no soy yo, y pue­de esperar." A menudo, cuando se presenta alguna oportunidad para ayudar a alguien, el cuerpo incita a pensar: "¡Qué molestia me cau­sa esto! Dejemos que otro lo haga." Pero el hombre le replica a su cuerpo: "Tú no me es­torbarás para practicar el bien."
El cuerpo es nuestro animal, el caballo en que cabalgamos. Por lo tanto, debéis tratarlo y cui­darlo bien; no debéis fatigarlo; debéis alimen­tarlo tan sólo con comidas y bebidas puras, y llevarlo escrupulosamente limpio de la más leve mancha. Porque sin un cuerpo perfectamen­te limpio y sano no podríais llevar a cabo el arduo trabajo de preparación, ni podríais sopor­tar el esfuerzo incesante. Pero vosotros debéis gobernar constantemente al cuerpo, nunca el cuerpo a vosotros.

El cuerpo astral tiene sus deseos a docenas; él os inclina a la cólera, a la injuria, a la envi­dia, a la avaricia, a codiciar los bienes ajenos, a sumiros en la depresión. El cuerpo astral quie­re todas estas cosas y muchas más, no porque desee perjudicaros, sino porque le gustan las vibraciones intensas, así como el cambio cons­tante de ellas. Mas vosotros no necesitáis estas cosas, y por esto debéis saber distinguir entre vuestros deseos y los de vuestro cuerpo.
Nuestro cuerpo mental desea pensar orgullosamente que es algo separado de lo demás; pen­sar dándose mucho valor a sí mismo y poco a los otros. Aun cuando lo hayáis apartado de las cosas mundanas, persiste en especular sobre sí mismo, en incitaros a pensar en vuestros pro­pios progresos, en vez de pensar en la labor de los Maestros y en ayudar a los demás. Cuando meditéis, tratará de haceros pensar en las di­ferentes cosas que él desea, en vez de pensar en lo que vosotros queréis. Vosotros no sois esta mente, sino que ella está a vuestro servicio, y así también en este caso es necesario el discer­nimiento. Debéis vigilar constantemente, so pe­na de fracaso.
El Ocultismo no tiene compromiso entre lo justo y lo injusto. Debéis hacer a toda costa lo justo; debéis dejar de hacer lo injusto, sin importaros lo que el ignorante piense o diga. Debéis estudiar profundamente las leyes ocul­tas de la Naturaleza, y cuando las conozcáis, ordenad vuestra vida de acuerdo con ella, em­pleando siempre la razón y el sentido común.
Debéis saber distinguir lo importante de lo secundario. Firmes como una roca cuando de lo justo y de lo injusto se trate, dad siempre la razón a los demás en cosas de poca importan­cia. Porque debéis ser siempre amables y cari­ñosos, razonables y condescendientes; habéis de conceder siempre a los demás la misma liber­tad que necesitáis para vosotros mismos.
Tratad de ver lo que es más meritorio que hagáis, y recordad que no debéis juzgar las co­sas por su aparente grandeza. Es mucho más meritorio hacer una cosa mínima pero útil a la labor del Maestro, que otra de mayor apariencia de las que el mundo llama buenas.
Debéis distinguir no tan sólo entre lo útil y lo inútil, sino entre lo más útil y lo menos útil. Alimentar a un pobre es bueno, útil y noble; pero alimentar su alma es todavía más noble y más útil que alimentar su cuerpo. Cualquier rico puede alimentar el cuerpo de un necesitado, pero tan sólo los sabios pueden alimentar su alma. Si sois sabios, vuestro deber es ayudar a otros en el logro de la sabiduría.
No obstante, por sabios que seáis, tenéis mu­cho que aprender en este Sendero, y por esto también en él es preciso el discernimiento. De­béis pensar cuidadosamente lo que es mejor que aprendáis. Todo conocimiento es útil, y llegará un día en que lo alcancéis; pero mientras tan sólo poseáis una parte, cuidad de que ésa sea la más útil.
Dios es tanto Sabiduría como Amor, y cuanta más sabiduría alcancéis, mejor podréis mani­festar a Dios. Estudiad, pues; mas, en primer lu­gar, estudiad lo que os ayude a ayudar a los otros. Estudiad pacientemente, no porque los hombres os llamen sabios, ni aun por tener la dicha de serlo, sino porque tan sólo el sabio puede ayudar sabiamente. Por mucho que de­seéis ayudar, si sois ignorantes, podréis hacer más mal que bien.
Debéis saber distinguir lo falso de lo verda­dero; debéis aprender a ser verídicos en todas las circunstancias, en pensamiento, en palabra y en obra.
Primero en pensamiento; y esto no es fácil, porque en el mundo hay muchos pensamientos falsos, muchas supersticiones tontas, y nadie que esté esclavizado por ellas puede progresar. Así pues, no debéis sostener una idea precisa­mente porque otros la sostienen, ni porque se haya creído en ella durante siglos, ni porque esté escrita en algún libro que los hombres tengan por sagrado. Debéis pensar acerca de aquel asunto por vosotros mismos, y juzgar si es razonable. Recordad que la opinión de un mi­llar de hombres acerca de algún asunto que des­conozcan no tiene ningún valor. Los que pien­san hollar el Sendero deben aprender a pensar por sí mismos, porque la superstición es uno de los mayores males del mundo, una de las liga­duras de que totalmente debéis desembarazaros.
En lo tocante a los demás, vuestros pensa­mientos deben ser verídicos; no debéis pensar acerca de nadie lo que no sepáis. No supongáis que los demás están siempre pensando en vosotros.
Si un hombre hace algo que parezca perjudi­caros, o dice algo que creáis que se refiere a vosotros, no penséis entonces: "Quiere ofender­me." Probablemente ni siquiera piensa en vosotros, porque cada alma tiene sus propias tribu­laciones y pensamientos, que flotan principal­mente alrededor de ella. Si un hombre os habla colérico, no penséis: "Me odia, trata de herir­me." Quizá otra persona o alguna otra cosa lo han contrariado, y porque tropieza eventual­mente con vosotros, descarga su cólera en vos­otros. Él obra imprudentemente, porque toda clase de cólera es prueba de insensatez; pero vosotros no os debéis formar de él un juicio equivocado.
Cuando seáis discípulos del Maestro, podréis poner siempre a tono la pureza de vuestros pen­samientos comparándolos con los Suyos. Porque el discípulo es uno con su Maestro, y debe pro­curar fundir su pensamiento con el Suyo y ver si coinciden. Si no están a tono, su pensamiento no es recto, y debe variarlo inmediatamente, porque los pensamientos del Maestro son per­fectos, puesto que Él lo sabe todo. Los que to­davía no han sido aceptados por Él, no pueden hacerlo del todo; pero pueden ayudarse mucho deteniéndose a pensar a menudo: "¿Qué pen­saría el Maestro en estas circunstancias?" "¿Qué haría o qué diría el Maestro acerca de esto?" Porque no debéis nunca hacer, decir o pensar lo que no podáis imaginar al Maestro haciéndo­lo, diciéndolo o pensándolo.
Aun al relatar habéis de ser verídicos, exactos y sin exageración.
Nunca atribuyáis intenciones a otro; tan sólo su Maestro conoce sus pensamientos, y él puede estar obrando por razones de que no tenéis idea. Si oís que dicen algo en contra de alguna per­sona, no lo repitáis; podría no ser verdad, y aun cuando lo fuese, es caritativo callar. Pensad bien antes de hablar, no sea que incurráis en inexactitudes.
Sed verídicos en la acción; jamás pretendáis ser otro del que sois, porque toda pretensión sirve de impedimento a la pura luz de verdad que debe brillar a través de vosotros como la luz del sol brilla a través de un diáfano cristal.
Debéis distinguir entre el egoísmo y el desin­terés; porque el egoísmo se presenta bajo mu­chas formas, y cuando creáis que al fin lo habéis destruido en algunos de sus aspectos, surge en otro tan fuerte como siempre. Pero gradualmen­te os irá animando tan por completo el pensa­miento de ayudar a los demás, que no habrá lu­gar ni tiempo para pensar en vosotros mismos.
También debéis distinguir en otro sentido. Aprended a reconocer a Dios en todos los seres y en todas las cosas, prescindiendo del mal que puedan presentar en la superficie. Podéis ayu­dar a vuestros hermanos por medio de lo que te­néis de común con ellos, esto es, la Vida Divina. Aprended a despertarla y a vivificarla en ellos, así los salvaréis de lo falso.
II

Hay muchas personas para quienes la cuali­dad de la "CARENCIA DE DESEOS" es verdaderamente di­fícil, porque sienten que sus deseos son ellos mis­mos, y que si desechan sus deseos peculiares, sus gustos y disgustos, dejará de existir su yo. Pero esto les sucede tan sólo a quienes no han visto al Maestro. A la luz de su Sagrada Presencia se extinguen todos los deseos, menos el de ser como Él. Sin embargo, antes que gocéis, de la felicidad de encontraros frente a frente con Él, podréis alcanzar, si queréis, la "Carencia de deseos".
El Discernimiento os ha mostrado ya que las cosas que más desean los hombres, como la ri­queza y el poder, no tienen valor alguno. Cuando esto no se dice tan sólo, sino que se siente en ver­dad, cesa todo deseo de ellos.
Así pues, todo eso es sencillo; sólo se requiere que lo comprendáis. Pero hay algunos que cesan de perseguir los bienes terrenales, con el fin de ganar el cielo o alcanzar la liberación personal del renacimiento; no debéis caer en este error. Si habéis olvidado al yo, no podéis pensar en la hora en que este yo, sea libre o qué clase de cielo tendrá. Recordad que todo deseo egoísta ata, por elevado que sea su objeto, y en tanto no os ha­yáis librado de él no estaréis enteramente pre­parados para dedicaros a la labor del Maestro.
Cuando desaparezcan todos los deseos que se refieren al yo, todavía puede existir el deseo de ver los resultados de vuestra obra. Si ayudáis a alguien, querréis ver en cuánto lo habéis ayuda­do; aun tal vez queréis que aquel a quien habéis ayudado, también lo vea y os lo agradezca. Esto es todavía deseo, y además, falta de confianza.
Cuando hacéis todo el esfuerzo que podéis pa­ra ayudar, debe dar un resultado, tanto si po­déis verlo como si no; si reconocéis la manera de obrar de la Ley, sabéis que esto es así. Por esto debéis obrar rectamente por amor a lo recto, no con esperanza de recompensa; debéis trabajar por amor al trabajo, no por la esperanza de ver el resultado; debéis entregaros al servicio del mundo, porque lo amáis y no podéis dejar de en­tregaros a éla
No deseéis poderes psíquicos; ya vendrán cuando el Maestro comprenda que debéis tener­los. Además, el esforzarse en adquirirlos trae consigo, muy a menudo, gran perturbación; fre­cuentemente, a su poseedor le descarrían los fa­laces espíritus de la naturaleza, o se envanece y cree que él no puede caer en error; y el tiempo y el esfuerzo que emplea para alcanzar estos po­deres podría emplearlos, de cualquier otro modo, en trabajar para los demás. Los poderes vendrán en el curso del desarrollo; deben venir; y si el Maestro ve que es útil que los tengáis antes, os enseñará a desarrollarlos sin peligro. Hasta en­tonces, estaréis mejor sin ellos.
Además, debéis precaveros de ciertos peque­ños deseos que son comunes en la vida diaria. No deseéis jamás brillar o parecer superior en nin­gún sentido; no habléis mucho. Es mejor hablar poco; es mejor todavía callar, hasta que estéis seguros de que lo que vais a decir es VERDADERO, BUENO y PUEDE AYUDAR A OTROS. Antes de hablar, pensad cuidadosamente si lo que vais a decir posee estas tres cualidades; si no es así, no lo digáis.
Lo mejor es acostumbrarse desde el primer momento a pensar cuidadosamente antes de ha­blar, porque cuando alcancéis la Iniciación de­béis fijaros en cada palabra, no sea que digáis lo que no debe decirse. Mucha habladuría vulgar es insensata y vana; cuando es chismosa, es ma­ligna. Así, acostumbraos a escuchar, mejor que a hablar, no expongáis opiniones, a menos que os las pidan directamente. En resumen; las cua­lidades son: saber, oír, querer y callar; y la últi­ma es la más difícil de todas.
Otro deseo común que debéis reprimir severa­mente es el de inmiscuiros en los asuntos de los demás. Lo que otro haga o diga o crea, no es co­sa vuestra, y debéis aprender a dejarlo comple­tamente solo. Él tiene perfecto derecho al pen­samiento, palabra y acción libres, mientras no se meta con otro. Así como vosotros reclamáis la libertad de hacer lo más conveniente, debéis con­cederle la misma libertad, y cuando la usufruc­túa no tenéis ningún derecho a ocuparos de él.
Si pensáis que obra equivocadamente, y podéis hallar oportunidad de decirle privadamente
y con la mayor delicadeza vuestra opinión, es posi­ble que lo convenzáis; pero hay muchos casos en que, aun de esta manera, la intervención sería impropia. Nunca debéis hablar a una tercera per­sona acerca del asunto, porque ésta es una ac­ción muy baja.
Si veis un caso de crueldad contra un niño o un animal, vuestro deber es defenderlos. Si está­is encargado de instruir a otra persona, es vues­tro deber reprender afectuosamente sus faltas. Excepto en semejantes casos, ocupaos de vues­tros propios asuntos y ejercitad la virtud del silencio.

III
   Las seis reglas de conducta que particular­mente se requieren, las da el Maestro en este orden:
1ª Dominio de la mente.
2ª Dominio de la acción.
3ª Tolerancia.
4ª Alegría.
5ª Aspiración única.
6ª Confianza.
Sé que algunas de estas cualidades se han de­nominado diferentemente, pero yo hago uso de los nombres que el Maestro mismo les daba al explicármelas.
1ª dominio de la mente. — La cualidad "Ca­rencia de deseos" nos demuestra que debemos dominar el cuerpo astral; esta otra significa lo mismo con relación al cuerpo mental. Ello impli­ca dominio del temperamento, de suerte que no podáis sentir cólera o impaciencia; dominio de la mente, de modo que podáis sosegar y tran­quilizar el pensamiento y, por medio de la men­te, dominio del sistema nervioso, a fin de que se excite lo menos posible.
Esto último es difícil, porque cuando os pre­paráis para entrar en el Sendero, no podéis evi­tar que vuestro cuerpo se haga más sensitivo, y así los nervios son perturbados por cualquier choque o sonido, y sienten agudamente cualquier presión; mas debéis hacer lo posible por evitarlo.
Mente tranquila significa también valor para arrastrar sin temor las pruebas y dificultades del Sendero; significa además firmeza para con­siderar serenamente cuanto os acontezca en la vida cotidiana, y evitar el incesante tedio e in­quietud que dimanen de ciertos pormenores de la vida, en los que muchos malgastan la mayor parte del tiempo. El Maestro enseña que a un hombre no le debe importar lo más mínimo cuan­to provenga del exterior: tristezas, disgustos, en­fermedades, pérdidas; todo esto nada debe sig­nificar para él, ni ha de permitir que perturbe la calma de su mente. Estas cosas son resultado de pasadas acciones, y cuando sobrevengan, de­béis soportarlas con calma, recordando que todo mal es transitorio, y que vuestro deber es permanecer siempre contentos y serenos. Aque­llo pertenece a vuestras vidas anteriores, no a ésta; no podéis alterarlo, y, así es inútil preocu­paros por ello. Pensad, mejor, lo que hacéis aho­ra, lo cual determinará los acontecimientos de vuestra próxima vida, pues esto podéis modi­ficarlo.
No cedáis jamás a la tristeza ni a la depresión.
La depresión es un mal, porque contamina a otros y torna sus vidas más penosas, a lo cual no tenéis derecho alguno. Por esta razón, si alguna vez os acometen, desechadlas para siempre.
Aun en otro sentido debéis dominar vuestro pensamiento; no le permitáis errar a la ventura. Fijad la atención en lo que estéis haciendo, sea lo que fuere, para que lo hagáis con toda la per­fección posible; no acostumbréis vuestra mente a la vagancia; antes bien conservad buenos pen­samientos siempre en su fondo, dispuestos a surgir en el momento en que ella esté libre.
Emplead todos los días el poder de vuestro pensamiento en buenos propósitos; convertíos en un poder que trabaje de acuerdo con la evolu­ción. Pensad cada día en alguno de quien sepáis que está triste, que sufre o que necesita ayuda, y enviadle pensamientos de amor.
Apartad vuestra mente del orgullo, porque el orgullo es hijo de la ignorancia. El ignorante cree ser grande, cree que ha hecho esta o aque­lla gran cosa; el sabio sabe que tan sólo Dios es grande y que sólo Él es el hacedor de todas las cosas buenas y perfectas.
2a dominio de la acción. — Si vuestra men­te es tal como debe ser, se perturbará muy poco con vuestra acción. Recordad que para ayudar a la Humanidad, el pensamiento debe conver­tirse en acción.
En esta labor no caben tibiezas, sino una cons­tante actividad. Pero debéis cumplir vuestro propio deber, no el de los demás, a no ser con su permiso y con el fin de ayudarlos. Dejad que ca­da cual cumpla su propio deber, a su modo pe­culiar; estad siempre dispuestos a ofrecer vues­tro apoyo cuando sea necesario, pero nunca os entrometáis. Porque, para algunas personas, la cosa más difícil del mundo es aprender a cum­plir sus propios deberes, y precisamente esto es lo que vosotros debéis hacer.
Aunque tratéis de realizar una labor más ele­vada, no por ello debéis olvidar vuestros deberes ordinarios, pues hasta que éstos no queden satis­fechos, no estaréis en libertad para prestar otros servicios. No os comprometáis a nuevos deberes mundanos; mas debéis cumplir perfectamente aquellos de que estéis encargados, esto es, todos aquellos deberes que reconozcáis como eviden­tes y razonables, no deberes imaginarios que otros traten de imponeros. Si queréis servirles a Ellos, debéis cumplir vuestros deberes ordina­rios mejor y no peor que los demás; porque ha­ciendo esto también Les servís.

3ª tolerancia.—Debéis sentir perfecta to­lerancia hacia todos y un sincero interés por las creencias de los que profesan otras religiones, tanto como por la que vosotros profesáis. Porque la religión de los otros es un camino que conduce a lo más elevado, lo mismo que la vuestra. Para ayudar en todo, tenéis que comprenderlo todo.
Mas, para alcanzar esta perfecta tolerancia, debéis libraros antes del fanatismo y de la superstición. Debéis saber que no hay ceremonias necesarias; de otro modo os consideraríais algo mejores que los que no las practican. Sin em­bargo, no debéis vituperar a los que aun las ne­cesitan. Dejadles hacer su voluntad; pero ellos no deben meterse con vosotros, que sabéis la ver­dad, ni deben tratar de imponeros aquello que habéis trascendido. Sed indulgentes y bondado­sos en todo.
Ahora que vuestros ojos están abiertos, quizás os parezcan absurdas algunas de vuestras anti­guas creencias y ceremonias; tal vez lo sean en realidad. Pero, aunque ya no toméis parte en ellas, respetadlas por consideración a aquellas buenas almas para quienes todavía tienen impor­tancia. Las ceremonias tienen su lugar y su utilidad, son como esas líneas que sirvieron de pauta en vuestra niñez para escribir dere­cho y parejo, hasta que aprendisteis a escribir mucho mejor más libremente sin ellas. Hubo un tiempo en que las necesitasteis, pero ya pasó aquel tiempo.
Un gran instructor escribió una vez: "Cuando yo era niño, hablaba, comprendía y pensaba como niño; pero cuando me hice hombre, abandoné las cosas infantiles."
Quien haya olvidado su infancia y perdido la simpatía por los niños no puede enseñarles ni ayudarles. Así, sed bondadosos, amables, tole­rantes con todos los hombres sin distinción, sean buddhistas o indos, jainas o judíos, cristianos o musulmanes.

4ª alegría.—Debéis sobrellevar alegremen­te vuestro karma, cualquiera que sea, aceptando como un honor que el sufrimiento caiga sobre vosotros, porque esto demuestra que los Señores del Karma os consideran dignos de ayuda. Por muy penoso que resulte, agradeced que no sea peor. Recordad que podréis servir muy poco pa­ra la labor del Maestro, mientras vuestro mal karma no se extinga y quedéis libres. Al ofrece­ros a Él, habéis pedido que se acelerase vuestro karma, y así, en una o dos vidas, y a base de esfuerzo haréis lo que de otro modo pudiere haber alcanzado hasta cientos de ellas. Pero a fin de obtener el mejor resultado, debéis sobre­llevarlo alegremente.
Todavía hay otro aspecto. Debéis desechar to­da idea de posesión. El Karma puede
arrebataros las cosas que más queráis y hasta a las per­sonas que más améis. Aun entonces debéis per­manecer alegres, dispuestos a separaros de todo. A menudo el Maestro necesita verter Su fuerza sobre otros por medio de Su discípulo e incondi­cional servidor; y si éste cayese en la depresión no podría Él realizarlo. Así, la alegría debe ser vuestra norma.

5ª aspiración única.—El único que de­béis tener siempre presente es realizar la obra del Maestro. No debéis jamás olvidarla, cualesquiera que sean las ocupaciones que os salgan al paso, y ninguna otra labor puede interponerse en vuestro camino, porque toda la que sea fecunda y desin­teresada es labor del Maestro, y debéis ejecutar­la por amor a Él. Además, debéis poner toda vuestra atención en cada parte de la misma, pa­ra que la hagáis lo más perfecta posible. El mis­mo Instructor dijo también: "Sea lo que fuera, lo que hagáis, hacedlo de corazón, para el Señor, y no para los hombres. Pensad cómo haríais una obra si supieseis que el Maestro ha de venir a verla; así es como debéis realizar toda labor." Aquellos que saben más sabrán mejor lo que esta expresión significa. Y hay otra semejante y mu­cho más antigua: "Esfuérzate tanto como puedas en cumplir cualquier cosa que se te presente."
Aspiración única significa también que nada deberá jamás desviaros, ni siquiera por un momento, del sendero en que habéis entrado. Ni tentaciones, ni placeres terrenales, ni siquiera los afectos de este mundo deberán nunca apartaros de él. Porque vosotros mismos debéis identificaros con el Sen­dero, el cual ha de formar parte de vuestra naturaleza, de tal modo que lo sigáis sin necesidad de pensar en él ni en la posibilidad de abando­narlo. Vosotros, vuestras Mónadas, lo han decidido; abandonar el sendero equivaldría abandonaros a vosotros mismos.
6ª confianza.—Debéis confiar en vuestro Maestro; debéis confiar en vosotros mismos. Si ya habéis visto al Maestro, confiaréis del todo en Él a través de vidas y muertes. Si aún no Lo habéis visto, debéis tratar de imaginároslo y confiar en Él, porque si no lo hiciereis, no podrá Él ayudaros. Sin completa confianza no puede establecerse la perfecta corriente de amor y de
poder.
Debéis tener confianza en vosotros mismos. ¿Decís que os conocéis demasiado bien a vosotros mismos? Si realmente lo creéis, no os conocéis; tan sólo conocéis la débil apariencia externa que con frecuencia ha caído en el fango. Vosotros, vuestro Yo real, es una chispa del propio Fuego Divino; y como Dios, que es omnipotente, está en vosotros, nada hay que no podáis hacer si queréis. Decíos: "Lo que hizo un hombre, otro hombre puede hacerlo. Yo soy un ser humano, más aún, soy Dios en el hombre: puedo y quiero hacerlo." Porque vuestra volun­tad debe ser como el acero templado, si queréis ha­llar el Sendero.

IV
El Amor es la cualidad más importante, por­que cuando es bastante fuerte en un hombre, lo estimula a revestirse de todas las demás, que sin ella nunca serían suficientes. Suele definirse el amor como un intenso deseo de unión con Dios y de liberación del ciclo de nacimientos y muertes. Pero este concepto del amor suena a egoísta e implica sólo una parte de su significa­do. El amor es más que deseo; es voluntad, reso­lución, determinación. Para producir este resul­tado, la resolución debe llenar vuestra natura­leza entera, hasta el punto de no dejar lugar para ningún otro sentimiento. Es, sin duda, la volun­tad de ser uno con Dios, no para escapar del su­frimiento y de la fatiga, sino a fin de que, en ra­zón de vuestro amor profundo hacia Él, podáis obrar con Él y como Él obra... Pues siendo Dios Amor, si queréis llegar a ser uno con Él, debéis también estar poseídos de amor y perfecto al­truismo.
En la vida diaria, esto significa dos cosas: pri­mera, que procuréis cuidadosamente no causar daño a ningún ser viviente; segunda, que siem­pre estéis alerta por si se presenta la oportunidad de ayudar.
Primero, no dañar. Hay tres pecados que causan en el mundo mayores males que todos los demás: murmuración, la crueldad y la superstición, porque son pecados contra el amor. Si el hombre quiere henchir su corazón de amor divino, ha de vigilarlos y combatirlos constantemente.
Veamos los efectos de la murmuración: Prin­cipia con el mal pensamiento, y esto en sí mismo es ya un crimen en sí. Porque en todas las personas y en todas las cosas existe el bien y el mal. A cualquiera de éstos podemos fortalecerlos, pensando en éllos, y por este medio ayudar o estor­bar la evolución; podemos hacer la voluntad del Logos o trabajar en contra de ella.
Si pensáis mal de otro, estáis haciendo tres cosas malas al mismo tiempo:
1a Llenáis el ambiente que os rodea de malos pensamientos en vez de buenos, y así aumentáis las tristezas del mundo.
2a Si en el ser en quien pensáis existe el mal que le atribuís, lo vigorizáis y alimentáis; y así, hacéis peor a vuestro hermano en vez de hacerlo mejor. Pero, si generalmente el mal no existe en él y tan sólo lo habéis imaginado, entonces vuestro maligno pensamiento tienta a vuestro hermano y lo induce a obrar mal, porque, si no es todavía perfecto, podéis convertirlo en aque­llo que de él habéis pensado.

3a Nutrís vuestra propia mente con pensamientos malos en lugar de buenos, y así impedís vuestro propio desarrollo y os hacéis, a los ojos de quienes pueden ver, un objeto feo y repulsivo, en vez de bello y amable.

No contento con hacerse todo este daño y ha­cerlo a su víctima, el chismoso trata con to­das sus fuerzas que los demás participen de su crimen. Se afana en explicarles su historia malévola, con la esperanza de que los demás la crean, y entonces los convencidos cooperan con él, enviando malos pensamientos a la pobre víctima. Y esto continúa día tras día, y no lo hace sólo una persona, sino miles. ¿Empezáis a daros cuenta de cuán bajo, y cuán terrible es este pecado? Debéis evitarlo completamente. No habléis jamás mal de nadie; negaos a escuchar a quien os hable mal de otro, y decidle, amablemente: "Tal vez eso no sea cierto, y, aunque lo fuese, es mejor no hablar de ello".
En cuanto a la crueldad, ésta es de dos clases: intencionada o sin intención.
La crueldad intencionada consiste en causar, de propósito, dolor a otros seres vivientes, y éste es el pecado más grave de todos: la obra del demonio más bien que la del hombre. Diréis que ningún hom­bre puede hacer una cosa semejante; pero preci­samente los hombres la han hecho muy a menu­do y aún la están haciendo cada día. Los inquisi­dores la hicieron, y también muchas personas religiosas lo hicieron en nombre de su religión; los vivesecsionistas lo hacen, así como habitualmente algunos maestros de escuela. Todas estas personas tratan de ex­cusar su brutalidad diciendo que es la costumbre; pero un crimen no deja de serlo porque muchos hombres lo cometan. El karma no tiene en cuenta las cos­tumbres; y el karma de la crueldad es el más terrible de todos. En la India, al menos, no puede haber excusa para tales costumbres, porque todos co­nocen el deber de no causar mal a nadie. El des­tino de la persona cruel cae también sobre aquellos que se dedican intencionadamente a matar a las criaturas de Dios, y llaman a esto deporte.
Ya sé que tales cosas no las haríais vosotros, y que por respeto al amor de Dios hablaréis claramente contra ellas cuando se presente la oportunidad. Pero también hay crueldad en las palabras como en los actos, y una persona que diga una palabra con intención de herir a otra es culpable de este crimen. Esto tampoco lo haréis vosotros; pero algunas veces una palabra dicha sin pensar, ha­ce tanto daño como una llena de malicia. Así pues, de­béis estar siempre vigilante contra la crueldad no intencionada.
En general, esto ocurre por falta de reflexión. Hay hombres tan llenos de orgullo y  codicia, que ni siquiera se dan cuenta del sufri­miento que causan a los demás pagándoles poco, o haciendo pasar privaciones a su mujer y a sus hijos Otros, pensando tan sólo en su propio placer, les importa poco cuántas almas y cuántos cuerpos arruinan por satisfacerla. Sólo para evitarse unos cuantos minutos de molestia, un hombre deja de pagar a sus trabajadores el día que les corres­ponde, sin acordarse de las dificultades que este hecho supone para ellos. ¡Tanto sufrimiento se causa por descuido, por olvidar cómo una acción ha de afectar a los demás!... Pero el karma nunca olvida, y no tiene en cuenta que los hombres se ol­viden de los hechos.
Si deseáis entrar en el Sendero, debéis pensar en las consecuencias de vuestros actos, para que no seáis culpables de crueldad por negligencia.
La superstición es otro mal tremendo, que ha causado grandes y terribles crueldades. Las per­sonas esclavas de ella menosprecian a las que saben más, y tratan de obligarlas a hacer lo que ellas hacen.
Pensad en la horrorosa matanza debida a la superstición de sacrificar a los animales y al todavía más terrible prejuicio de que el hombre necesita alimentarse de carne. Pensad en el trato a que la superstición ha dado motivo con respecto a las clases oprimidas en nuestra amada India, y ved cómo esta mala tendencia puede engendrar una crueldad despiadada, aun entre los que conocen el deber de fraternidad.
Los hombres han cometido muchos crímenes en nombre del Dios del Amor, movidos por la pesadilla de la superstición; cuidad mucho de que no quede en vosotros ni el más leve vestigio de ella.
Debéis evitar estos tres grandes delitos, por­que son fatales a todo progreso, por ser pecados contra el amor. Pero no tan sólo estáis obligados a refrenaros de este modo ante el mal, sino que habéis de ser activos para el bien. El intenso de­seo de servir ha de llegar al máximo, hasta el punto de estar siempre a la mira para aplicarlo alrededor de vosotros no tan sólo a las personas, sino a los animales y a las plantas. Debéis pres­tar vuestro servicio hasta en las pequeñas cosas de la vida diaria, de modo que, acostumbrándoos a ello, no podáis substraeros, cuando se presente la oportunidad de hacer cosas de mayor impor­tancia. Pues si deseáis llegar a ser uno con Dios, que no sea para vuestro propio beneficio, sino para convertiros en canal por donde fluya Su amor para alcanzar a vuestros semejantes.
El que está en el Sendero no vive para sí mis­mo, sino para los demás; se olvida de él para po­der servirlos. Es a manera de pluma en manos de Dios, por la que fluye Su pensamiento y tiene expresión aquí abajo, lo que no podría suceder sin ella. Es a manera de un canal de fuego vi­viente que derrama sobre el mundo el Divino Amor que llena su corazón.
La sabiduría que os capacita para ayudar, la voluntad que dirige la sabiduría, el amor que inspira la voluntad, éstas son vuestras cualidades.

Voluntad, Sabiduría y Amor son los tres as­pectos del Logos; y vosotros, que deseáis alistaros a su servicio, debéis, ser la expresión de éstos aspectos en el mundo.

Aguardando la palabra del maestro
Escuchando para captar sus mandatos
En medio mismo de la lucha
Atentos a la recóndita Luz

Reconociendo su más sutil indicio
A través del inquieto y mundanal gentío
Escuchando su más leve susurro
Por encima del ruidoso canto de la Tierra

Publicado por Caminante Espírita en 11:30 

El miedo a la muerte.


Desde tiempos remotos hasta los días actuales, el miedo a la muerte es aun rotulado como el origen y la evolución de todos los demás miedos. Según la Doctrina Espirita, esta es una energía que escogemos y usamos en nuestras realidades, como una energía poderosa, una reacción emocional y mental delante de lo desconocido, de la inseguridad ante el futuro.

La Doctrina esclarece aun que la desencarnación es la transferencia de un plano a otro, el retorno para la verdadera vida que proporciona la continuidad de la evolución moral e intelectual que todos precisamos alcanzar.
Según Amit Goswani, autor del libro “La física del alma”, la separación del alma y del cuerpo es un fenómeno natural que ha sido tema de discusiones, desde la antigüedad, en la ciencia y en las diversas religiones, sobre la continuidad de la vida después de la muerte, revelando que la muerte es parte de lo cotidiano humano y como tal debe ser encarada con seriedad y aceptación.
La psicología explica que el miedo provoca reacciones físicas como la tensión exagerada, la descarga de adrenalina y el pánico descontrolado.
 
Especialistas del área resaltan que el miedo no es innato a las personas y alcanza a todos en varios grados y diversidades como: miedo de la muerte; de la mala suerte; de ser asaltado; de perder el empleo; de ser acorralado y hasta de tener miedo.
 
-La falsa visión e información que tenemos de la muerte: Estamos acostumbrados a creer que existe un Cielo y un infierno y tornase aterradora la idea de que responderemos por los actos de la vida por medio de la condenación o del descanso eterno.
 
-El materialismo: Cuanto más nos aferramos a los bienes materiales, mas tememos a la muerte, pues sabemos que no podremos llevar riquezas para más allá del túmulo Como sucede la desunión del alma del cuerpo físico
 
Allan Kardec, Codificador de la Doctrina Espirita, esclarece que el estado del alma varía considerablemente según el género de muerte, pero, sobre todo, según la naturaleza de los hábitos que tuvo durante la vida.
 
-Muerte natural – La desunión se realiza gradualmente y sin sacudidas; frecuentemente, el mismo comienza antes que la vida se extinga.
 
-Muerte violenta por suplicio, suicidio o accidente – Los lazos se rompen bruscamente; el Espíritu, sorprendido por el imprevisto, queda como aturdido por el cambio que en él se realiza y no comprende su situación.
 
Allan Kardec, afirma que al constatar la carencia del cuerpo físico, sentimos un gran alivio y un inmenso bien estar.
En sus palabras “Las almas progresan intelectualmente y moralmente, después de la muerte, más o menos según su voluntad, y algunas progresan mucho, pero tienen necesidad de poner en práctica, durante la vida corporal, lo que adquirieron en ciencia y en moralidad. Aquellos que están estacionarios, retornan a una existencia análoga a la que dejaron; los que progresaron merecen una encarnación de un orden más elevado”
Kardec aun añade en la misma obra que el alma no solamente se reencuentra en el mundo de los Espíritus, los parientes y amigos, que le precedieron, mas también muchos otros que había conocido en otras vidas, generalmente, aquellos que por él tienen afinidad, lo reciben en su llegada al mundo espiritual y le auxilian en la liberación de los lazos terrestres.

El vivo y el muerto

 Pasando una vez el Cristo por el campo de las tumbas, encontró a un joven que estaba de rodillas y lloraba ante una cruz. Al verle Jesús, se compadeció de su dolor, y aproximándose le dijo: ¿Por qué lloras? Volvióse el joven, y extendiendo la mano respondió: -Mi madre está allí desde hace tres días. -No, hijo mío, tu madre no está ahí. -respondió Jesús- Ahí sólo se ha depositado el último vestido que abandonó; ¿por qué lloras, pues, sobre un despojo inservible? Levántate y marcha; tu madre te espera.El doliente movió tristemente la cabeza y dijo: -No, esperaré aquí la muerte e iré a reunirme con mi madre. -¡La muerte espera a la muerte, y la vida va en pos de la vida! No entristezcas con un dolor egoísta y estéril, el alma de aquella que te ha precedido; no retardes su marcha hacia Dios con tu desesperación y tu inercia. Su amor vive aún en tu corazón, y no la habrás perdido si la haces vivir dignamente en tí. En vez de llorar a tu madre, resucítala. No me mires con admiración, ni pienses que me burlo de tu dolor. Aquella cuya pérdida lamentas está cerca de tí; uno de los velos que separaba vuestras almas ha caído; queda uno todavía, y, separados sólo por ese velo, debéis vivir el uno para el otro; tú trabajarás para ella y ella rogará por tí. -¿Cómo trabajaré para ella? respondió el huérfano. Ahora que está debajo de tierra, no tiene necesidad de nada. - Te engañas hijo mío, confundiendo el cuerpo con el vestido. Ella tiene ahora, más que nunca, necesidad de inteligencia y de amor en el mundo donde vive. Tú eres la vida de su corazón y la preocupación de su espíritu, y ella te llama en su ayuda. Para tener el derecho de descansar, es preciso trabajar. Si no trabajas por tu madre torturarás su alma. Por eso te dije: Levántate y anda; porque el alma de tu madre se levantará y marchará contigo, y tú la resucitarás en tí si haces fructificar su pensamiento y su amor. Ella tiene un cuerpo en la tierra: es el tuyo; tú tienes un alma en el cielo: es la suya. Que esa alma y este cuerpo marchen juntos y tu madre revivirá. Creeme, hijo mío, el pensamiento y el amor no mueren jamás, aquellos a quienes creeis muertos viven más que tú si piensan, y más todavía, si aman. Si la idea de la muerte te entristece y te espanta, refúgiate en el seno de la vida; allí encontrarás a todos aquellos que te aman. Los muertos son los que no piensan y no aman, pues trabajan para la corrupción, y la corrupción a su vez los consume. Deja pues a los muertos llorar por los muertos, y vive con y para los vivos. El amor es el lazo de las almas, y cuando este lazo es puro, es indestructible. Tu madre te precede; marcha hacia Dios, pero está encadenada a tí; y si tú te duermes en la pena egoísta, se verá obligada a esperarte y sufrirá. Pero yo te digo, en verdad, que todo el bien que puedes hacer, le será tenido en cuenta a su alma, mientras que si haces el mal sufrirá voluntariamente la pena. Por eso te repito; si la amas, vive para ella. El joven, entonces, se levantó. Sus lágrimas cesaron de correr, y contempló la faz de Jesús con admiración, pues el rostro del Cristo estaba radiante de inteligencia y de amor, resplandeciendo la inmortalidad en sus ojos. Tomando al joven de la mano, Jesús le dijo: Ven. Le condujo enseguida sobre una colina que dominaba a la ciudad entera, y exclamó: ¡Mira el verdadero campo de las tumbas! Allá en esos palacios que entristecen el horizonte, hay muertos a los que es necesario llorar, más que aquellos cuyos restos yacen aquí, pues esos no descansan. Se agitan en medio de la corrupción y disputan su pasto a los gusanos; son semejantes a un hombre enterrado en vida. El aire del cielo falta a sus pulmones, y la tierra gravita sobre éllos. Están encerrados en las estrechas y miserables instituciones que han hecho para sí, como en las tablas de un féretro. Joven que llorabas y cuyas lágrimas secó mi palabra, llora y gime ahora sobre los muertos que sufren aún. Llora sobre aquellos que se creen vivos y que son cadáveres atormentados. A esos hay que gritar con poderosa voz: ¡Salid de vuestras tumbas! ¡Oh! ¿Cuándo resonará la trompeta del angel? El angel que debe despertar al mundo es el angel de la inteligencia, el angel que debe salvarlo es el angel del amor. La luz será entonces como el relámpago que brilla en Oriente y refulge al mismo tiempo en Occidente. A la voz de aquél, el cuerpo de Cristo que es el pan fraternal, será revelado a todos, y las águilas se reunirán alrededor del cuerpo que debe alimentarlos. Entonces el verbo humano, libertado de los intereses egoistas, se unirá al Verbo divino; y la palabra unitaria, resonando en el mundo entero, será la trompeta del angel. Los vivos se levantarán, los vivos a quienes se les habrá creido muertos y que sufrirán esperando la liberación, y todo lo que no es muerto se pondrá en marcha e irá delante del Señor; mientras que el viento barrerá las cenizas de los que ya no son. Joven, mantente dispuesto, y guárdate de morir. Vive para aquellos que amas, ama a aquellos que viven, y no llores por los que han subido un grado más en la escala de la vida; llora por los muertos. Tu madre te amaba; te ama por consiguiente, mucho más en este instante en que su pensamiento y su amor están libres de las pesadas barreras de la tierra. Llora por los que no piensan en tí y no te aman. Pues te digo, en verdad, que la humanidad solo tiene un cuerpo y un alma, y vive doquiera se trabaja y se sufre. Un miembro insensible al bienestar y al dolor de los otros miembros, está muerto y debe ser suprimido en breve. Dichas estas cosas, el Cristo desapareció de la vista del joven, quien, después de haberse quedado algunos instantes inmóvil, y como bajo la impresión de un ensueño, emprendió silenciosamente el camino de la ciudad, diciendo: Voy a buscar a los vivos entre los muertos. Y haré bien a todos aquellos que sufren sufriendo con ellos y amándolos, a fin de que mi madre lo sepa y me bendiga en el Cielo; pues ahora comprendo que el Cielo no está lejos de nosotros y que el alma es al cuerpo, lo que el cielo material es a la tierra. El cielo que rodea y sostiene a la tierra se abreva en la inmensidad, como nuestra alma se embriaga de Dios mismo. Y los que viven en el mismo pensamiento y en el mismo amor, no pueden separarse jamás. Publicado en "El Loto Blanco" (Diciembre 1917)  Publicado por Caminante espirita 2014 

martes, 5 de agosto de 2014

Abrazos desde el corazón.


Padre Celestial.


La Fe


La Gratitud


Tus Lágrimas


La Sabiduria


Haz realidad tus sueños.


Simplemente Ser


Jesús


Oración a Mi Amigo Fiel


Mi amigo Fiel


Ten calma...


"Haz el bien y no mires a quien"


Dios renueva mis fuerzas todos los días.


Parábola de los labradores

Parábola de los Labradores
PARÁBOLA DE LOS LABRADORES MALOS O DE LOS ARRENDATARIOS INFIELES
“Un hacendado plantó una viña, la cercó con una valla, cavó en ella un lagar, edifico una torre para guardarla, la arrendó a unos viñadores y se fue de viaje. Cuando llegó el tiempo de la vendimia, mando sus criados a los viñadores para recibir su parte. Pero los viñadores agarraron a los criados, y a uno le pegaron, a otro lo mataron y a otro lo apedrearon. Mandó de nuevo otros criados, más que antes, e hicieron con ellos lo mismo. Finalmente les mando a su hijo diciendo: Respetarán a mi hijo. Pero los viñadores, al ver al hijo, se dijeron: Este es el heredero. Matémoslo y nos quedaremos con su herencia. Lo agarraron, lo echaron fuera de la viña y lo mataron. Cuando venga el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos viñadores? Le dijeron: Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros viñadores que le paguen los frutos a su tiempo.”(Mateo, XXI, 33-42.- Marcos, XII, 1-9.- Lucas, XX, 9-16)
A continuación la interpretación de ésta según el libro "Parábolas y Enseñanzas de Jesús" de Cairbar Schutel:...

Esta Parábola es la prueba de la inigualable presencia del Hijo de Dios, así como la magistral sentencia que se había de cumplir en nuestro siglo contra los “arrendatarios infieles”, que han devastado nuestra siembra.Un propietario plantó una viña, la cercó con una valla hecha de ramas y troncos de árboles; cavó un lagar (lugar con todos los materiales para la fabricación del vino) y edificó una “torre” (gran edificio con protección contra los ataques enemigos).De manera que la hacienda estaba terminada, todo preparado: tierras de sobra, parras en gran cantidad, lagar, tanques, toneles – todo lo que era necesario para la fabricación del vino. Casa con todas las comodidades y confort. Pero teniendo que ausentarse el propietario, arrendó la hacienda a unos labradores; en el tiempo de la cosecha de los frutos mandaría recibir el producto del arrendamiento, es decir, los frutos que le correspondían.El contrato fue muy bien redactado: sellado, registrado y con los competentes testigos.Cuando llegó la primera cosecha, el Señor de la viña mandó que sus empleados fuesen a recibir los frutos que le tocaban.Los arrendatarios, en vez de dar cuenta del depósito que les fuera confiado, agarraron a los emisarios, hiriendo a uno, apedrearon a otro y mataron al siguiente.En otra cosecha, el propietario de la hacienda volvió a mandar a otros emisarios, que tuvieron la misma suerte que los primeros.Viendo el dueño de la hacienda lo que ocurría con sus emisarios, creyó más conveniente delegar poderes al propio hijo, porque, con seguridad, lo respetarían, y lo envió a ajustar cuentas con los arrendatarios.Pero los labradores, viendo llegar a este a la propiedad, combinaron entre ellos y decidieron matarlo, porque, decían: “este es el heredero, matémoslo y apoderémonos de su herencia”. Y así lo hicieron: lo echaron fuera de la viña y lo mataron.“¿Cuándo llegue el Señor de la Viña, que hará a aquellos labradores”? – preguntó Jesús al proponer aquella parábola.Y la respuesta vino enseguida: “Hará perecer a los malvados, a los arrendatarios fraudulentos, y entregará la viña a otros, que le darán los frutos a su debido tiempo.”*Parábola es la exposición, o la pintura de una cosa confrontada con otra de relación remota, o de sentido oculto o invisible.Jesús tenía por costumbre, para explicar aquello que escapaba a la comprensión vulgar, usar las parábolas a fin de que lo comprendieran mejor.En esta Parábola de los Labradores Malos, arrendatarios infieles, Jesús quiso explicar la soberanía de la acción divina que a veces tarda, pero no falla; y quiso también mostrar a sus discípulos quienes son los labradores que perjudican su siembra.La siembra es la Humanidad; el propietario es Dios; la viña que él plantó es la Religión; el lagar son los medios de purificación espiritual que él concede; la Casa que edificó es el mundo, los labradores que arrendaron la labranza son los sacerdotes de todos los tiempos, desde los antiguos que sacrificaban la sangre de los animales, hasta nuestros contemporáneos.Los primeros siervos que fueron heridos, apedreados y sacrificados, son los profetas de la Antigüedad, que pasaron por duras pruebas: Elías, Eliseo, Daniel, que lo pusieron en la cueva de los leones; el mismo Moisés, que sufrió con los sacerdotes del Faraón y con los israelitas fanáticos que llegaron a fundir un becerro de oro para adorarlo, contra la Ley del Señor; después vino Juan Bautista, que fue decapitado; y después otros siervos, que pasaron por los mismos sufrimientos que los primeros – apóstoles y profetas como Esteban, que fue lapidado; Pablo, Pedro, Juan, Tiago, que sufrieron martirios, y todos los demás que no han acompañado las concepciones sacerdotales.El Hijo del Propietario, que fue muerto por los arrendatarios que se adueñaron de la hacienda, es Jesucristo, Señor Nuestro, que sufrió el martirio ignominioso de la cruz. Y, de acuerdo con las previsiones de la Parábola, los tales sacerdotes se adueñaron de la herencia con la cual se enriquecen hartamente, dejando la Siembra abandonada y la Viña sin frutos para el Propietario.En las condiciones en que se halla la Siembra, ¿podrá el Señor dejar su Viña entregada a esa gente, a esos arrendatarios inescrupulosos y malos?Estamos seguros de que se cumplirá brevemente la última previsión de la Parábola: “El Señor tomará la Viña de esos malvados y la arrendará a otros, que le darán los frutos a su tiempo.”* La confusión religiosa es la más espesa oscuridad que hace infelices a las almas.La creencia es como el fruto de la cepa que alimenta, da valor y reanima. Así como este alimenta el cuerpo, aquella alimenta el alma.La Religión de Jesucristo no es el culto, las exterioridades, los sacramentos, la fe ciega; tampoco es el fuego que aniquila y consume, el mal que vence al bien, el Diablo que vence a Dios.La Religión de Jesucristo es el bálsamo que suaviza, es la caridad que consuela, es el perdón que redime, es la luz que ilumina; no es el aniquilamiento, sino la Vida; no es el cuerpo, sino el Espíritu.La Religión de Jesucristo debe ser, pues, suministrada en espíritu y verdad y no en dogmas y con exterioridades aparatosas, para que pueda ser comprendida, observada y practicada por el Espíritu.El cuerpo es nada; el Espíritu es todo. El cuerpo existe porque el Espíritu acciona; le da vida y lo mueve. El día en que el Espíritu se separa de él, no le queda ya más vida a ese envoltorio, a ese instrumento.¿Qué es el violín sin el músico? ¿Qué es el reloj sin que se le dé cuerda? ¿Qué es la máquina sin maquinista?El cuerpo sin Espíritu está muerto y se destruye, como una casa que cae y se convierte en escombros.El cuerpo “pulvis est et in pulveis reverteris”.Y si así es, ¿cuál es el efecto de los sacramentos y prácticas sibilinas que no alcanzan al Espíritu?El principio de la Religión es la Inmortalidad y los arrendatarios de la Viña tienen el deber de destacar y demostrar este principio, para que el Templo de la Religión, asentado sobre esta base inamovible, abrigue con la Verdad a los corazones que desean la paz y la felicidad.Los pastores y los sacerdotes, “arrendatarios de la Viña”, “malos obreros” que ensucian los sentimientos cristianos, transformando la Religión de Jesús en misas, imágenes, procesiones, adornos, músicas, cohetes y sacramentos, serán llamados a cuentas y el látigo de la Verdad desde ya los vieneexpulsando de la hacienda, que será entregada a otros, para que los frutos de la Viña sean dados a los hambrientos de justicia, a los desheredados de consuelo, a los que buscan la luz que encamina y conduce a la perfección.Desde tiempos lejanos, la Religión ha sido causa de despreciable explotación. El sacerdocio, por varias veces, ha hecho peligrar el sentimiento religioso. La desgracia de la Religión ha sido, en todas las épocas, el sacerdote. El sacerdote hebreo, el sacerdote egipcio, el sacerdote budista, el sacerdote braman; siempre el sacerdote, la corporación eclesiástica, con toda su jerarquía, su escolástica, sus principios rígidos, sus cultos aparatosos, sus sacramentos arcaicos.El sacerdocio, volviéndose arrendatario de la Viña, como ha ocurrido, sólo conoce un “dios” a quien obedece ciegamente; “dios” constituido eclesiásticamente, y sacado o escogido de entre uno de sus propios miembros. Todas las religiones han tenido y continúan teniendo su papa, su mayoral, o su patriarca, o su jefe, a quien todos obedecen en detrimento del Supremo Señor y Creador.De ahí la lucha cruenta que el sacerdocio ha desarrollado contra los profetas en todas las épocas.Esta Parábola es la comparación de todas las luchas que los genios, los grandes misioneros, los profetas que hablan en nombre de la Divinidad y de la Religión, han mantenido contra el clero.Desde que el Gran Propietario plantó en la Tierra su Viña; desde que hizo brillar en el mundo el Sol vivificador de la Religión, cercando la Viña con una valla, construyendo un lagar y edificando una torre; desde que los principios religiosos fueron establecidos y quedaron grabados en los Códigos de los divinos preceptos, los malos labradores se apoderaron de ella como arrendatarios traidores, dejando perecer las viñas y masacrando a los enviados que en nombre del Señor les venían a pedir o reclamar, como lo hacemos hoy, los frutos de la Viña.Los siervos del Propietario de la Labranza eran presos, heridos y muertos. Con el pretexto de herejía y apostasía, quemaron cuerpos como quien quema leña seca y verde; les inflingieron losmás duros suplicios, manchando de sangre las páginas de la Historia de nuestro mundo. Ni el Hijo de Dios, cuya parábola premonitoria de muerte acabamos de leer, ni Él fue evitado de la clase sacerdotal, que tenía por Pontífices a Anás y Caifás, en conspiración con los gobiernos de la época.La clase sacerdotal, que nada hizo a la Humanidad y fascinó a los hombres con sus cultos aparatosos y sus dogmas horripilantes, es precisamente lo que constituye, en línea general, los “malos labradores” de la parábola.Ellos están muy bien representados en esos obreros fraudulentos y mercenarios que proliferan en todo el mundo, vendiendo la fe, la salvación y las gracias.¿Qué les hará el Propietario de la Viña a tan malos obreros? El resultado no puede ser otro: “los hará perecer, les retirará el poder que les concedió y la entregará a otros, que darán el fruto a su tiempo.”Felizmente también llegó la época de la realización de la premonición de Cristo registrada en los Evangelios.Los Espíritus de la Verdad bajan al mundo, unos toman un envoltorio carnal, y otros, a través del velo que separa las dos vidas, vienen a apoderarse de la Viña, para que ella dé los resultados designados por el Señor de Todas las cosas. 
El sacerdocio cae, pero la Religión prosigue; los dogmas son abatidos, pero la Verdadera Fe aparece, robusteciendo conciencias, consolando corazones, y, principalmente, haciendo surgir en la Tierra la aurora de la Inmortalidad, para realzar al Dios Espíritu, al Dios Justo, al Dios Poderoso y Sabio que reina en todo el Universo. CairbarPa

Imagenes y reflexiones by Mafi López