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sábado, 16 de agosto de 2014

Aguas Sagradas

El maestro envió a sus dos discípulos más aventajados a la prueba final antes del acceso a la iluminación. Habían de recorrer juntos el continente sagrado de la India entre sus cuatro puntos cardinales y recoger en un recipiente consagrado que les dio, el agua de los cuatro ríos benditos cuyo fluir santifica a la tierra milenaria amada de los dioses. Se trataba del Ganges, en Indus, el Nármada y el Godavari. No importaba el tiempo invertido en la peregrinación, pero sí la pureza de las cuatro aguas reunidas en una. Cuidando por turno el recipiente sagrado, los dos fervientes discípulos partieron en el oportuno momento astrológico según las órdenes del maestro.

Todo fue bien, y las cuatro aguas litúrgicas danzaron juntas en el recipiente bien custodiado. Les faltaba ya un solo día para llegar de vuelta a los pies del maestro y a la meta de la iluminación cuando sucedió el accidente. El primer discípulo, que llevaba en aquel momento el atesorado recipiente, tropezó y se derramó toda el agua. El segundo discípulo no vio nada. El primer discípulo rápidamente llenó a escondidas el recipiente con agua de un pozo y continuaron su camino como si tal cosa. Nadie sabría nada.

El maestro los recibió con cariño y declaró: “Sólo uno de vosotros dos alcanzará la iluminación”. El primer discípulo pensó que sin duda sería el segundo, que era inocente, pero ante su sorpresa el maestro lo señaló a él y le dijo: “Tú has entendido que todas las cosas son igual de sagradas y tuya será la recompensa”. Y sus ojos se abrieron.

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De la obra “Ojos cerrados, ojos abiertos”, de Carlos G. Vallés. PPC Editorial y Distribuidora, S.A. 2ª Edición. Madrid, 1997.

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