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martes, 5 de agosto de 2014

La Calma



31 de julio de 2014 a la(s) 14:08
Esta es una virtud muy necesaria para la mayoría de los seres humanos que no hemos aprendido todavía a sosegar y controlar nuestros impulsos, emociones, instintos y defectos morales. Nos dejamos llevar en muchas de las ocasiones por el primer arrebato, por nuestras creencias e ideas, defendemos a capa y espada lo nuestro sin razonar, sin reflexionar pausadamente, sin escuchar a los demás, y llegamos a desaprovechar los encuentros con amigos o familiares, a desperdiciar las ocasiones que se nos presentaban de charlar amistosamente. 
 Todo ello por ausencia de control sobre nuestro carácter, por falta de diplomacia, de ponernos en el lugar de los demás y de tantos otros factores en el arte de convivir que aún no hemos aprendido a ejercitar adecuadamente. Mantener la calma, como una acción muy intensa pero de carácter interior, es algo que nos ayuda a saber comportarnos en los momentos difíciles, comprometidos, en los que es muy fácil equivocarse, decir una palabra mal dicha, hacer un comentario inadecuado, reaccionar bruscamente, enfadarse.
 Observemos una discusión acalorada, ¿qué es lo que apreciamos?: comentarios fuera de lugar, se sacan los trapos sucios, que quizás ya estaban olvidados, palabras malsonantes, falta de juicio, mala educación, se falta al respeto.
 Todo esto es debido a la falta de moderación, y consideración hacia los demás, a caer en un descontrol propio de seres irracionales, en definitiva por perder la calma y entrar en un estado de apasionamiento y de furia, de nervios, que no ayudan en nada, sino que perjudican mucho ya que más tarde nos arrepentimos por qué quizás hemos hecho daño a una persona querida y apreciada por nosotros. Pero cuando se pierde el control de uno mismo, ya todo importa poco, ya no nos faltan razones para cometer los más grandes equívocos, pues en caliente no nos paramos a pensar las consecuencias de nuestros actos, y perdemos del todo el juicio que tenemos.
 Por eso es tan importante mantener la calma, el dominio de nuestros defectos e impulsos negativos, razonando en todo momento aquello que estamos expresando, teniendo siempre en cuenta que no podemos faltar al respeto a nadie en ningún momento, que más importante que llevar la razón es, siempre, obrar con educación, con serenidad, y sin perder la compostura.
 Hay personas que han perdido sus amigos, hasta sus seres más íntimos por esto precisamente, porque no son capaces de dominarse en un momento dado y hacen daño continuamente de palabra y de obra. Después se arrepienten, pero esto no es todo. Hace falta que cambien su actitud, su comportamiento, y esto se empieza  aprendiendo a respetar y a controlarse, a guardar la calma, sofocando los impulsos de emotividad descontrolada, de ira, de rencor.
 Para esto, como para todo, si se quiere llevar una línea de comportamiento de superación espiritual, no se pasa sin el conocimiento de uno mismo. Primero hay que hacerse un estudio de cómo somos en realidad. Tenemos que vernos como en una película, vernos desde fuera, y ser capaces de analizarnos y de detectar nuestros defectos como tan fácil nos resulta verlos en los demás. Entonces si somos sinceros y nobles reconoceremos nuestras faltas. A continuación hay que formularse un deseo sincero de llevarlo a la práctica y comportarnos correctamente cuando surge la prueba, cuando las vivencias cotidianas nos ponen a examen. Si lo hacemos así pocas justificaciones encontraremos para perder la calma, llegando a esas discusiones acaloradas, que no tienen ninguna razón de ser y en donde lo único que se manifiesta es nuestra ruindad espiritual y nuestras mezquindades y egoísmos. Qué pobre imagen damos cuando nos dejamos llevar por el acaloramiento y no somos dueños de nuestros impulsos.
 La calma cumple aquí una función eficaz, pues ahoga nuestros defectos, ahoga la furia incontenida de nuestro yo inferior, nos ayuda a saber cortar a tiempo, y dicen nunca mejor dicho que una retirada a tiempo es una victoria. Nos ayuda a sacar la humildad. Aunque veamos que nos asiste la razón preferimos no discutir, pues después se puede convertir la discusión en algo mucho peor, y dejamos al otro con sus ganas de discutir para el sólo. Nos podrán llamar después lo que quieran pero el que ha actuado como un verdadero ser humano es  aquél que se domina a sí mismo y sabe poner fin a las situaciones difíciles, pues lo más fácil es dejarse llevar por el apasionamiento, pase lo que pase.
 Por eso mantener la calma en los momentos difíciles no es fácil, es fruto de un trabajo de mucho tiempo, de conocerse muy bien, de tener presente el respeto que debemos a todos los seres humanos, y de la alta aspiración de llevar una línea de comportamiento siempre controlada, de prudencia y moderación. Es un trabajo interno, silencioso, que se nota porque da en la vida muchos frutos, una gran ayuda para no cometer errores por imprudencia, impaciencia, por apasionamientos, etc..., y todo ese dominio a lo largo de una vida hace mucho para la preparación del espíritu más adelante en la vida espiritual.
 Buda enseñó a sus discípulos que "Quien vence a los demás tiene fuerza, pero quien se vence a sí mismo es fuerte". Ahí diferenció la fuerza del bruto, la fuerza material, de la fortaleza de los espíritus adelantados en el progreso, la fortaleza espiritual de quien se conoce y se controla. La fuerza física acaba en la existencia, pero la fortaleza interior es lo que uno se lleva como premio a su esfuerzo y forma parte de su personalidad en el espacio y en las sucesivas encarnaciones.


F.H.H.

www.amorpazycaridad.com

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